Regresiones
- Jhonatan Urbina
- 11 ene
- 3 Min. de lectura
Capítulo 1: Los Ecos del Pasado
El aire denso de la habitación oscura parecía cargado de secretos, como si aquel lugar supiera lo que Soledad estaba a punto de descubrir. El suave humo de incienso flotaba en espirales, envolviendo la figura recostada de la joven en un camastro improvisado. Sus ojos estaban cerrados, pero sus manos apretaban las sábanas como si buscara sostenerse en la realidad.
Darío, con una voz tranquilizadora, pero cargada de una intensidad casi imperceptible, se acercó a ella.
—Inhala profundamente, Soledad. Relaja tu cuerpo, tus pies, tus piernas… —El ritmo pausado de sus palabras parecía tener un efecto hipnótico.
Soledad soltó un suspiro tembloroso. Había llegado ahí impulsada por el miedo, el cual había crecido con cada noche de insomnio, cada sombra que la hacía dudar de su cordura. Al cerrar los ojos, la imagen de una puerta apareció frente a ella.
—Ábrela, Soledad —ordenó Darío con firmeza.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando lo hizo. De pronto, estaba en una calle desierta, envuelta en un silencio pesado. La luz amarillenta de los faroles proyectaba sombras inquietantes en el asfalto, y el eco de sus pasos resonaba con un ritmo que no era suyo.
Soledad se giró con rapidez, pero no había nadie. Aun así, el peso invisible de una mirada apretaba su pecho como una mano.
—¿Qué ves? —preguntó Darío desde la distancia.
—Nada… aún no —murmuró ella con voz trémula.
Capítulo 2: Una Vida Pasada
La visión cambió abruptamente. Ahora, estaba en una época diferente, vestida con ropa que no le pertenecía. Caminaba de la mano de alguien cuyo rostro no podía distinguir, pero cuya presencia le resultaba cálida. Rieron juntos, y por un instante, Soledad sintió una paz que había olvidado.
Pero esa sensación se desvaneció rápidamente cuando la mano que la sostenía se soltó con brusquedad. El aire se llenó de una tensión insoportable. El hombre, una figura ahora envuelta en sombras, la seguía con pasos decididos.
—¡Darío, no puedo! —gritó en el presente, mientras su cuerpo en el camastro comenzaba a temblar.
—Concentra tu mente. No huyas, enfréntalo.
Soledad corrió en la visión, su respiración entrecortada parecía rasgar el aire. La figura la alcanzó y unas manos firmes se cerraron alrededor de su cuello. Intentó gritar, pero el sonido quedó atrapado en su garganta.
En la habitación, sus manos se elevaron instintivamente hacia su propio cuello, buscando liberar una presión invisible.
Capítulo 3: La Verdad Oculta
Con un grito desgarrador, Soledad despertó de la regresión. Su cuerpo estaba empapado en sudor, y sus ojos buscaban desesperadamente una explicación en el rostro de Darío. Él la observaba con calma, pero en sus ojos había algo más: una satisfacción que helaba la sangre.
—Lo enfrentaste, Soledad. Ahora sabes lo que ocurrió.
Soledad trató de calmar su respiración mientras los fragmentos de lo que había visto se ordenaban en su mente. Esa figura sombría, esa mano familiar…
—Eras tú —susurró, apenas creyendo sus propias palabras.
Darío inclinó la cabeza ligeramente, como si hubiera esperado esa revelación.
—Hay cosas que el tiempo no puede enterrar. A veces, el pasado insiste en regresar.
El peso de sus palabras la golpeó con fuerza. Soledad se puso de pie rápidamente, tropezando con los muebles al intentar alejarse de él. El humo del incienso parecía volverse más denso, llenando cada rincón de la habitación y dificultando su visión.
—No puedes huir de esto, Soledad. No puedes huir de mí.
Corrió hacia la puerta, pero al abrirla, se encontró nuevamente en la misma calle desierta que había visto en su regresión. La misma sensación de opresión volvió, y cuando miró hacia atrás, Darío estaba ahí, con la misma calma inquietante.
—El pasado siempre encuentra la forma de atraparnos —dijo él antes de que todo se volviera oscuridad.
Epílogo
Cuando Soledad despertó, estaba sola en la habitación. El incienso se había consumido, y el aire ahora era pesado y frío. Miró alrededor, buscando alguna señal de Darío, pero no había nadie.
Sin embargo, algo había cambiado. Una cicatriz tenue rodeaba su cuello, como si las manos de su agresor hubieran dejado una marca imborrable. Se miró en el espejo, y por un instante, vio el reflejo de Darío detrás de ella.
No estaba segura de si la regresión había terminado, pero algo en su interior le decía que nunca lo haría.
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